miércoles, 28 de octubre de 2015

Día 41: Mi primera vez

Mi selfie con Einstein. Los envidiosos dirán que fue en Madame Tussaud's (Foto propia)

De no haber sido por la acreditación negada, habría viajado a Inglaterra por segunda vez. Ya había visitado anteriormente tierras británicas, todo eso gracias a una beca que gané por tener buen nivel en inglés en mi escuela, la cual costeaba el curso que hice allí. Aquellas 4 semanas, transcurridas entre el 24 de enero y el 22 de febrero de 2009 fueron sumamente inolvidables.


El centro de todo terminó siendo Oxford. Allí es donde cursaba. y donde también vivía. En una casa a 15 minutos de colectivo del corazón de esta ciudad universitaria estaba la casa de los Warwick. Eran cinco en la familia: los padres, Robert y Judith, y sus tres vástagos, Peter, Tobias, y Matthew. Vivir allí fue una gran experiencia, más allá de los celos que generaba a mi madre cuando le hablaba de "mi familia inglesa". Como buen periodista deportivo, hubo dos cosas que noté de ellos: 1-Su afición por el Arsenal. 2-La devoción de Peter por Juan Román Riquelme. Hoy hace bastante que no hablo con ellos, más por pereza que por otra cosa. Pero quiero volver a contactarme con ellos, algo que pensaba hacer si es que hubiese ido al Mundial (incluso iba a visitarlos).

Me dí el gusto de ir a Londres dos veces. Si bien apenas pude ver a Wembley de ellos, sí pude ir a Camden Town, Piccadilly Circus, Harrods, la abadía de Westminster, el Palacio de Buckingham (y el tan mentado cambio de guardia), los puentes de Londres, y el museo de Madame Tussaud's. Todo eso recorrido gracias al Metro londinense. Aunque pide a gritos que sea renovada por una nueva.

También fui a Bath (donde juegan George Ford, Sam Burgess y nuestro Horacio Agulla), al Warwick Castle, ví Stonehenge de lejos, y me decepcioné con Stratford. Allí, por culpa de una hamburguesa, perdimos el micro que nos llevaba a Oxford.

Igualmente, la mejor anécdota fue cuando, debido a que no encontraba mayonesa para los sandwiches que comía todos los días, me compré una mostaza, suponiendo que era tan suave como la argentina. Pero terminó siendo una de las cosas más picantes que probé en mi vida. Mi cara roja del ardor decía todo.

Fue sin dudas, una de las experiencias de mi vida que nunca olvidaré. No obstante, estoy convencido de que esta primera vez no será la única. Aún con la frustración de no ir al Mundial a cuestas. Quizá sea por el deporte (en 2017 habrá Mundial de Atletismo), o quizá por placer. Pero tarde o temprano jubilaré mi remera del Metro de Londres para lucir una nueva.

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