Foto: canchallena.com |
Se sabía que Australia y Francia eran favoritos para poder llevarse sus respectivos duelos. Si bien en un lapso les costó, finalmente pudieron llevarse los cuatro puntos a su casa. Aunque para los galos fueron 5 gracias al punto bonus, algo que los oceánicos lamentaron no llevarse, ya que, se sabe, la resolución del Grupo A será con photo-finish.
Sin embargo, todas las miradas se posaron al estadio más pequeño de los tres que se usaron: el Kingsholm de Gloucester (los otros eran el Millennium, donde jugaron los Wallabies, y el Olímpico, que no tenía su pista de atletismo alrededor debido a un sistema de tribunas retráctiles, lugar donde compitieron Les Bleus). Allí todos soñaban con que Japón iba a volver sacudir al mundo, más allá de que el impacto iba a ser menor, ya que Escocia, a priori, llegaba en desventaja respecto a Samoa y a Sudáfrica.
El entretiempo fue apenas 12-7 en favor de los británicos, que habían anotado todos sus puntos por la vía del penal, y el sueño aún estaba latente. Sin embargo, cuando saltaron a jugar los 40 minutos restantes, el despertador sonó. El físico de los nipones no era el mismo en absoluto respecto al de aquel sábado de gloria. Y eso se sintió: Escocia anotó nada menos que cinco tries ante los hombres de Eddie Jones, llevándose un valiosísimo punto bonus.
Por la mañana de aquel día había twiteado: "Pregunto: peco de descabellado si pienso que Japón y Samoa son los que clasifiquen en su grupo, superando a Escocia y Sudáfrica?". El seleccionado del cardo me dió la respuesta. Igualmente, la profecía de Felipe Contepomi se cumplió. Gracias al máximo batacazo de la historia del rugby, el Grupo B se transformó en un auténtico despiole.
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